En las calendas de agosto mis neuronas se han reducido a tres: una se pasa el día sesteando, la otra se dedica a saludar a los conocidos (que van y vienen según cuadren sus vacaciones) y la tercera intenta escribir de vez en cuando, entre lectura y lectura. Por eso no prometo que estos silenos bailen durante agosto al mismo ritmo (ya relajado) que en julio. Con todo, como ayer todavía conservaba una cuarta neurona, la que se ocupa de la observación de las vidas ajenas, he aquí el relato de un hecho acontecido en la víspera hacia las nueve de la mañana, y del que un servidor, que sale en ayunas a comprar la prensa, fue testigo involuntario.
FELIZ DESCANSO.
UN CRIMINAL RONDA CERCAEn un lugar cualquiera de la costa mediterránea, dentro de una amplia urbanización en la que conviven edificios de apartamentos modestos y chalés de altas murallas, cerca de una carretera con estación de servicio donde se lavan utilitarios y se abrillantan mercedes y bemeúves, ante un cajero automático de esos que, previa inserción de una tarjeta, previo pago de una recarga, previa inscripción del cliente, expenden películas de DVD las veinticuatro horas del día, hay un hombre en bañador, camiseta y chanclas, estuche azul en la mano, que consulta nervioso el reloj y mira a izquierda y derecha como si temiera ser visto antes de hacer lo que está pensando hacer, un acto sin importancia, pero que podría ser malinterpretado por un vecino que diese la voz de alarma, un ladrón, un tipo peligroso hurgando sin escrúpulos en la ranura de la máquina expendedora quién sabe con qué intenciones, pinchando sus entrañas con un arma punzante, mientras escupe las peores blasfemias porque el tiempo corre y no logra resolver el atasco de la película del cliente anterior, por más que introduce el bolígrafo que tenía en la guantera, tanto que se le cae y se queda dentro, rodando sobre la cinta pero sin moverse, pegado al estuche enconado en el fondo de la ranura, repleto de las huellas de sus dedos sudorosos, la prueba que lo incrimina y debe borrar a toda costa, por lo que ahora urge recuperar el bolígrafo introduciendo la mano menguada, adelgazando la muñeca como hacen en las películas los protagonistas secuestrados para liberarse de las esposas, no sea que los rasguños provoquen algún derramamiento de la sangre, por poca que sea, y deje allí el ADN delator, porque ya poco importa que estén a punto de cumplirse las doce primeras horas de alquiler, la franja más barata, y apenas le quede saldo en una tarjeta que no puede recargar porque la maldita máquina está cada vez más atascada, lo prioritario ahora, lo vital, es recuperar el arma del crimen y arrojarla a un contenedor lejano, entre breñas y matorrales, donde los policías que vienen de camino con la sirena silenciosa nunca se tomarán la molestia de buscar, con estos calores.